Lo que la justicia no debe ignorar
La facción catalana de la asociación Jueces y Juezas para la Democracia (JJD) inauguró ayer en Barcelona su “Ciclo de Cine y Compromiso Social” con el pase de la película “Yo, Daniel Blake”, dirigida por Ken Loach y ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2016. El acto contó con la colaboración de Texas Cinemes, la presentación de la actriz Bea Segura y la coordinación de mi amigo el juez José María Asencio Gallego.
El trabajo de los jueces es especialmente sensible a la progresiva devaluación de las Humanidades, cada vez más relegadas a un plano personal, a modo de experiencia o capricho privado y a las que no se les asigna un valor concreto para la vida profesional, para el mercado. La propuesta de José María nos recuerda que, para cualquier jurista, la cultura es un fin en sí misma. Pero esa es una obligación especialmente acusada para un juez: debe tener tiempo para conocer la naturaleza de la que están hechas las cosas, pues solo así podrá juzgar la libertad y responsabilidad de los actos, que son la forma en que se construye la vida en común. Y saber distinguir estas cosas es lo que constituye nuestro trabajo.
La historia de Daniel Blake es la de una sociedad en descomposición, donde miles de ciudadanos han perdido su bienestar hasta verse arrastrados a la condición de nuevos pobres y mientras el sistema exhibe, con frialdad y desdén, su impotencia para protegerlos. Esa historia se ha contado muchas veces durante los últimos años. Pero creo que a la película se le debe reconocer la virtud de describir, a veces de forma desgarradora y otras de manera más maniquea y previsible, la progresiva sensación de asfixia y abandono de los perdedores, que son sus protagonistas, fugazmente redimida por los destellos de dignidad y afecto que solo ellos son capaces de reconocerse y profesarse. A partir de aquí, me interesan mucho menos los planteamientos de naturaleza política que pueden fácilmente reconocerse en la cinta, según el contexto de la historia y esos giros acusados del guion a los que me referí. Resulta más útil que uno se obligue a mirar a sus personajes a la cara, tratando de soportar el sentimiento de vergüenza de saberles tan próximos en la vida cotidiana.
Los jueces no pueden ubicarse del lado de los perdedores. No se trata tanto de evitar que se ponga en cuestión su nota de independencia o su imparcialidad. Lo afirmo así porque no creo que la finalidad de la justicia sea la de remediar las desigualdades sociales: los jueces no son árbitros de los desequilibrios de poder que las determinan. Me temo que nuestro trabajo consiste en algo menos elevado, que es interpretar y aplicar normas. Quizá reconocer en ellas intereses necesitados de protección, pero solo para considerarlos desde el equilibrio que los fines de protección de las normas entrañan, aunque esos equilibrios no sirvan para corregir las desigualdades sociales. Pero también creo que los jueces no deben dejar de reconocer a los perdedores en esa condición, por dos motivos.
En primer lugar, porque la renuncia a corregir desequilibrios sociales o, al menos, a no hacerlo de una forma que no tenga amparo en el derecho, no significa que deba renunciarse, además, a la compasión en el desempeño del servicio público que se presta. En la película, Blake se consume tratando de encontrar un asidero entre el enmarañado sistema burocrático que le impide obtener una prestación social adecuada a su minusvalía. Pero la degradación del personaje no se produce tanto por el abandono material del sistema, sino por la falta de empatía de las personas que le sirven de engranaje.
En segundo lugar, porque la indiferencia o la desgana de la justicia con esos perdedores, como la misma desidia o reproche de la que puedan ser objeto por parte del resto de poderes públicos, les ubicará en una irremisible situación de exclusión social. A cada cosa hay que saber llamarla por su nombre y a los perdedores hay que reconocerles como tales. Creo que así se les hace creíbles y, aunque no se pueda contar con ellos para una historia de final feliz, su tragedia al menos nos dejará la huella, sin sensiblerías, de una mala conciencia pública y personal. En esto último nos va la supervivencia del Estado y del Derecho.
Quiero felicitar a los asociados de JJD por esta iniciativa, porque es tan estupenda como necesaria.
(Imagen: fotograma de la película)
Acertada reflexión.La indiferencia hacia el sufrimiento ajeno es quizá la mayor de las pobrezas del ser humano. Es la falta de compasión hacia tu propia especie y el ejercicio más absurdo de egoísmo mal entendido. Es responsabilidad de todos en el ámbito de actuación de cada uno, si bien con respeto y sujeción a las limitaciones que son inherentes en cada caso, dado que el bienestar que procuremos ofrecer a los desafortunados redundará sin duda en beneficio de todos y de ello depende en el fondo el futuro que construimos día a día, o por lo menos así lo entendemos.
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Muchas gracias por su comentario.
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