Solidaridad con la judicatura catalana

Lourdes Sánchez Pujalte

Magistrada

A propósito de las recientes alegaciones formuladas por el fiscal Pedro Rubira en el seno de proceso celebrado ante la Audiencia Nacional por la causa seguida contra el Major de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero y otros altos mandos de dicho Organismo, en las que cuestionaba la independencia e imparcialidad de la Justicia en Cataluña, este artículo no tiene otra pretensión que hacer notar la percepción sobre esta situación que tiene una Juez, preocupada por ello y responsable en su función, que vive y trabaja fuera de Cataluña.

Mi yo más benévolo quisiera entender que cuando el fiscal en su alegato se pregunta  retóricamente «¿Puede haber imparcialidad, serenidad, si se manda la rebelión y la sedición a Catalunya?», pretende no sólo defender la competencia de la Audiencia Nacional con argumentos jurídicos -que presumo citó antes de lanzar esa pregunta-, sino, desde la sensibilidad más profunda, hacer ver en un tribunal que los compañeros que imparten justicia en Cataluña no pueden desempeñar sus funciones con la serenidad y sosiego que la función merece, impregnados inevitablemente de ese clima político que todo lo invade y que dificulta su función, valores de independencia e imparcialidad que indudablemente se les presupone a todos los jueces, incluidos los jueces catalanes. Si así fuera, sólo por el espacio en el que se expone dicha idea, resulta equivocado.

Y es que las palabras del Fiscal Rubira, me gustaría creer que ausentes de cualquier intención y sólo desatinadas, certifican y consolidan en la ciudadanía la idea de que los jueces somos un colectivo que actúa movido por criterios de oportunidad política, de ideología, y no sometidos única y exclusivamente al imperio de la ley. Que en verdad estamos a merced de lo que los políticos de turno decidan, que somos títeres en sus manos y que consentimos cualquier cosa que se diga de nosotros, así como que se ponga en duda nuestra profesionalidad y nuestro compromiso con la democracia y la defensa de la Constitución.

Pero no, lo que en verdad esas palabras transmiten no es sólo una gravísima irresponsabilidad como representante del Ministerio Público y un ataque injustificado al Poder Judicial, que ya ha sido puesta de manifiesto en el comunicado emitido por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. También en un intento de ser atenuada por el posterior comunicado emitido por la Fiscalía de la Audiencia Nacional.

Desgraciadamente, esas palabras desprenden un sentimiento más profundo, que descansa en el pensamiento de muchos. Cuestionar que los jueces que imparten justicia en Cataluña no actuarían con imparcialidad y serenidad por el mero hecho de estar en Cataluña implica dar por sentado que los compañeros que están allí no realizan su trabajo sujetos únicamente al imperio de la ley, que no son responsables en su función. Supone, además, presumir de una forma vulgar y banal que actuarían al servicio de determinados intereses políticos, fueran del signo que fueran, y que, por tanto, son ajenos a un poder del Estado que, en cambio, sí ejerce como tal en el resto de España. Eso, en el fondo, oculta una excusa para separar, para segregar aún más si cabe a los compañeros catalanes. 

Otro gesto más para dejar a un lado a la justicia en Cataluña. Más munición regalada  para crear en la ciudadanía la convicción de que necesitan un poder judicial distinto al que existe. Otro gesto más de abandono. No bastó con traer a Madrid el acto de entrega de despachos a los nuevos jueces.

Con expresiones como ésta se aleja todavía más a los compañeros de ese territorio. Si todos, miembros del Ministerio Público y compañeros que integran el Poder Judicial, seguimos impasibles ante estos embates, el daño será irreversible. Y el cierre de filas y la necesidad de alzar la voz para defender a los jueces que trabajan en Cataluña y su independencia no puede venir, casi exclusivamente, de los propios jueces catalanes. Echo en falta que ese comunicado defendiendo su labor venga de parte de los compañeros que ejercemos la misma función en el resto de España. Ese trabajo hemos de hacerlo nosotros, los jueces que estamos fuera de esa Comunidad, para proteger a nuestros colegas y, con ello, protegernos a todos nosotros. No podemos consentir que se hagan manifestaciones de ese tipo que pongan en duda el trabajo que hacen los jueces en Cataluña día a día -con las dificultades actuales añadidas ya sabidas y que no es preciso recordar-, el mismo que hacemos nosotros en nuestras jurisdicciones y permanecer indolentes.

Percibo con tristeza la pasividad e indiferencia con la que se trata en otros territorios la situación que viven los compañeros de Cataluña. No se le da por los medios la importancia que merece y nosotros tampoco le prestamos la atención necesaria.

¿Qué tenemos que hacer? ¿Dejar que ellos sufran esta situación y pensar que no va con nosotros? Como nosotros no impartimos justicia en ese territorio ¿no nos afecta lo que allí suceda? ¿Que no pasa nada por encontrarse pintadas o excrementos a las puertas de los juzgados? Y pensaremos también que esto no trasciende. Como en otras facetas de la vida, mirar hacia otro lado o simplemente no mirar cuando existe un problema no aboca más que a una consecuencia mucho peor. Como digo, sí trasciende. Creo que estas expresiones y la actitud –la no actitud, diría yo- que tomemos nosotros ante ellas, degrada nuestras instituciones democráticas, degrada al Poder Judicial en su conjunto al tiempo que opaca el trabajo abnegado y leal que realizamos día a día por los ciudadanos.

El tiempo, sabio, nos dará o nos quitará la razón.

Desde luego, este tipo de expresiones irresponsables avivan el sentimiento de descrédito en la Justicia que ya se tiene por muchos ciudadanos y espolean a quienes quieren poner en cuestión la profesionalidad de los jueces catalanes.

Esto no es más que una reflexión sobre el camino que estamos transitando y el que hemos de tomar como Poder del Estado ante una realidad política y social que nos invade, y que, paradójicamente, nos está ofreciendo una oportunidad más para cambiar el rumbo.

Miguel Ángel, «El juicio final», Capilla Sixtina

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