Verdadero y Falso
Quizás fue Orson Welles el pionero en probar las posibilidades de influencia en las masas de los medios de comunicación.
Cuando con 23 años adaptó la novela de ciencia ficción “La guerra de los mundos” a un programa de radio, causó una gran conmoción porque presentó como noticia real, una invasión extraterrestre.
El programa de radio fue creído como veraz por parte de la población americana produciéndose escenas de pánico.
Al día siguiente, ante la polémica suscitada, Orson Welles se apresuró a declarar ante los periodistas que no podía imaginar que la actuación teatral fuera creída hasta ese punto, entre otros aspectos, porque el programa comenzó anunciando que se iba a llevar a cabo una adaptación radiofónica de la citada obra de H.G. Wells.
Sin embargo, la representación se llevó a cabo en el marco del programa de radio habitual en esa hora, que era interrumpido con las distintas noticias que llegaban sobre la invasión alienígena. Hubo muchos oyentes que comenzaron a escuchar la emisión después de iniciarse ésta, por lo que no pudieron enterarse qué se había dicho al presentar el programa.
Las noticias de la época recogen las escenas de pánico que se produjeron durante e inmediatamente después de la emisión y que provocaron incluso varios heridos. Otros se sintieron indignados por haber sido engañados. Pero también, entre parte de los oyentes, aun después de escuchar que se trataba de un programa de radio, se negaban a creer que la noticia no fuera cierta. Para ellos, los hechos se habían producido pero por distintos motivos, se habían intentado ocultar a la opinión pública después de ser conocida por ésta.
El juego de las apariencias ha tenido seguidores entusiastas en los más diversos campos.
Es también conocido el caso del pintor Elmyr de Hory, considerado como el mejor falsificador de la historia del arte.
De Hory tenía unas condiciones magníficas para la pintura de tal modo que era capaz de realizar reproducciones extraordinarias de los mejores pintores, hasta tal punto que resultaba difícil saber cuál era real y cual era falso.
Pero De Hory no copiaba piezas reales sino que pintaba cuadros al estilo de pintores como Picasso, Matisse, Monet o Modigliani. Se apropiaba del estilo pero sin caer en la mera reproducción de las obras de estos autores. Tuvo tanto éxito que logró vender más de 1.000 cuadros.
De Hory justificaba su conducta indicando que se limitaba a pintar aquellos cuadros que, por ejemplo, a Monet o Matisse, no les había dado tiempo a pintar en vida.
De Hory decía también que no falsificaba los cuadros porque nunca estampó ni imitó la firma de los distintos genios de la pintura cuyo estilo hacía suyo.
En suma, era tan difícil detectar la falsedad de los cuadros como coger a De Hory en una mentira.
Finalmente, después de muchos problemas con la justicia, un magnate del petróleo que había adquirido gran cantidad de sus cuadros le denunció. El proceso judicial abierto le llevó a suicidarse en el año 1976, en la isla de Ibiza, donde residía desde hacía varios años.
Pero De Hory ha logrado superar al personaje, puesto que ha pasado a la historia del arte como un artista, no solo como un falsificador.
En el año 2016, se celebró una exposición en Madrid sobre su obra, donde se expusieron algunos de sus cuadros. Y también son conocidas falsificaciones de los cuadros de De Hory llevadas a cabo por otros autores.
El mismo De Hory se presentaba como un rompedor, como un transgresor del mercado del arte. Afirmaba que sus cuadros se habían expuesto en muchos museos durante años y habían pasado para los expertos y visitantes como pertenecientes a Renoir, Gauguin, Chagall o Dufy. Por tanto, su obra no debía considerarse como inferior a la de éstos. Planteaba a la comunidad artística dónde estaba el valor de una obra de arte. Y se oponía a que el valor de una obra la otorgaran los expertos, que decidían qué era genial y qué no lo era.
Toda esta historia es recogida por Orson Welles en su película “F de FAKE”.
La película empieza con una frase lapidaria que anuncia que todo lo que van a ver a continuación es rigurosamente verdadero.
Como a Welles le gusta el juego entre realidad y ficción, se presenta así mismo, al final de la película, como un caso más de las personas que han utilizado en vida, el juego de las apariencias.
Recientemente, los medios se han hecho eco de la relevancia de la difusión de noticias falsas, sobre todo cuando está próxima la celebración de elecciones o referéndums en los que la decisión de la población se cree manipulable.
La necesidad de su tratamiento legal se ha puesto de manifiesto tras la celebración de las elecciones en Estados Unidos y el Referéndum en el Reino Unido sobre su salida de la Unión Europea.
La dificultad de su regulación no se les ha escapado a las autoridades europeas, tal como se ha publicado recientemente. Y ello, porque aunque se difunden noticias objetivamente falsas, en muchas ocasiones, las noticias no son completamente falsas. Lo son solo parcialmente.
Pueden contener inexactitudes, omisiones voluntarias, presentaciones engañosas y la más variada gama de apariencias sobre lo ocurrido, pero precisamente por este doble juego, son más difíciles de ser sometidas a control.
Además, la información que se nos ofrece de forma habitual y por los medios de comunicación tanto tradicionales como digitales, tampoco nos permite tener un conocimiento certero de la realidad de los hechos.
No sabemos lo que es verdad y lo que es mentira.
Nos despertamos por las mañanas y no somos capaces de obtener una información fiable sobre lo que ha sucedido el día anterior.
Para enterarse de lo que ha podido ocurrir con cualquier hecho, tenemos que hacer una comparativa de varios periódicos digitales de tal modo que de la lectura conjunta de todos ellos, podemos llegar a adivinar, no sin dificultades y dudas, qué es lo que realmente ha pasado.
El tratamiento que los periódicos dan a una noticia, depende de su línea editorial. Tenemos clasificados a cada uno de ellos bajo un determinado perfil. Y el perfil de cada uno está estrechamente ligado a un determinado poder político o económico que usa a los medios como su correa de transmisión.
El periodismo se ha convertido en una sofisticada técnica dirigida a aparentar que un determinado hecho ha ocurrido de un determinado modo. También, cuando toca, para encubrir un hecho o para sembrar la duda de que ha ocurrido tal como se ha presentado en el periódico que tiene una línea editorial opuesta. En estos casos, la noticia, tal como se ha presentado por el medio rival, debe ser contestada para contrarrestrarla.
Así que, aunque los medios de comunicación se autodenominen independientes, el término debe aplicarse respecto del resto de los medios de comunicación que no formen parte de su grupo empresarial.
Es un juego de apariencia más.
Para complicar un poco más las cosas, los políticos llevan a cabo actos, en ocasiones, que son denominados a posteriori por ellos mismos como simbólicos, pero que son presentados de tal modo que son capaces de engañar no solo a sus rivales políticos sino hasta sus propios seguidores.
Pero la duda está en si las noticias falsas o parcialmente falsas son capaces de manipular a las masas, de influir en su opinión política o el sentido de su voto.
Distintos expertos en diversas áreas (la psicóloga social Ziva Kunda) han estudiado el problema no solo en el ámbito político, sino en otros campos como la salud (dirigidos a las personas que se muestran contrarias, por ejemplo, a vacunar a sus hijos).
Según su tesis, las personas tenemos formado un relato sobre nuestra manera de vivir y de pensar. Cuando nos cuentan hechos o datos, solo los aceptamos si encajan en nuestro sistema de valores. Si no encajan en nuestro relato, los rechazamos. En este sentido, la verdad no nos interesa.
Si los hechos no encajan en nuestra de forma de pensar, los rechazamos porque vemos un riesgo de manipulación. Brendan Nyhan, profesor e investigador americano, ha apreciado que esa conducta de autoprotección puede provocar un efecto bumerán, reforzando aún más nuestras creencias.
En otras ocasiones, podemos reconocer incluso haber sido engañados, pero incluso en este caso, no variaremos nuestro sentido del voto porque, aun con todo, apreciamos un intento de imponer la tesis del rival.
En todo caso, la información veraz es un valor fundamental de cualquier estado democrático de tal modo que solo el mero riesgo de manipulación, la difusión de noticias objetivamente falsas, debe ser merecedor de atención por los poderes públicos.
Equipos de investigación como el Proyecto periodístico «Maldito Bulo», consideran que el cambio en la opinión solo se produce con mensajes persuasivos y directos, emitidos por personas carismáticas y dirigidos no a rebatir las ideas de los demás, sino precisamente a ser más empáticos proporcionando alternativas que les afecten personalmente.
Es contraproducente, según este grupo de investigación (algunos de sus miembros como Clara Jiménez asesoran a las autoridades europeas), rechazar la falsedad de una determinada información. La aportación de datos para desacreditar la opinión de los demás, también provoca el efecto multiplicador que antes mencionaba.
La respuesta debe ir dirigida a dar una explicación de porqué se ha difundido esa información.
Según su tesis, las personas cambiamos de opinión con mensajes emocionales, no con datos concretos.
Lo que puede llegar a la otra parte es cómo puede afectar esa opinión a su vida, a sus intereses personales o profesionales.
Entre tanto, mientras todo esto ocurra, y aunque la verdad nos hace libres, parece que preferimos vivir en la mentira.
(Imagen: R. Magritte, Golconda, Colección privada)