Ese timbre puritano
Ese timbre puritano
(Cartas a Varvara Alekséievna)
Mi estimada Varvara Alekséievna,
Algo habrás leído, entre las publicaciones de las últimas semanas de Confilegal, que es el único diario digital especializado en la difusión de noticias judiciales, sobre el asunto de Javier Hernández, Mar Cabrejas y la próxima provisión de la vacante en la Sala Segunda del Supremo. Todo al paso de las componendas y emboscadas que, también de forma reciente, allí se han dicho que planean sobre ese caso. Quiero hablarte de estas cosas, dispuestas aquí sin dobleces, para este estrecho afecto epistolar nuestro que estoy pronto a recuperar tras un largo tiempo de descuido, con la emoción, la sorpresa y el misterio de quien descubre un buen vino abandonado en la barrica, pero al que la pausa del roble no ha bastado para privarle de su temperamento de hierro. Te escribiré entonces, de tanto en tanto, para decirte cosas como esta y explicarte la actualidad de lo que nos pase. No se tratará nunca del arrebato de autoridad de quien no puede ni quiere ejercerla, pues eso ha de medirse según el prestigio de una carrera sin tacha, que para mí aún está por andarse.
El caso. Entre todo eso hay quien ha querido comenzar por destacar las virtudes de Javier, su esfuerzo y talla intelectual, su iter profesional y académico y, por encima de todo, su firme compromiso moral. Basta para describir así a un jurista honesto, cuyo mérito parece bastante y adecuado para postularse hasta el peldaño más elevado de la judicatura, sea quien sea quien le sirva la escalera para hacerlo. Yo he tenido oportunidad de buscarle, fugazmente eso sí, en el espacio de frontera entre su derecho y el mío. Le he leído y escuchado. En esos momentos me pareció, por añadidura, un hombre afable. Nada importa el que yo pueda corroborar una u otra capacidad suya o que incluso pueda juzgarlas como especiales. Yo no sería nadie con el peso suficiente como para hacerlo, ni es mi interés aquí. Porque las noticias que en ese diario se publican no son esas. Por otra parte, nada me anima a invitar a ese diario a un catártico silencio o, en menor medida, imponerle una suerte de corrección. Si es que esa información la merece, sobre lo que tampoco quiero escribirte. Sí digo que allí no se trató de medir, de forma pública, las virtudes de los candidatos, cuyos nombres ignoro rigurosamente. Tampoco de filiarlas con los padrinazgos que son normales para nuestro sistema de elección para esos cargos. Insistiré: constitucionalmente normales, se trate o no de un sistema perfectible. Por el contrario, en esas informaciones solo se trató de denunciar el asunto como una jugada para la provisión de plazas judiciales según las afinidades del candidato, pero mientras se silenciaba la carambola a la que el fracaso de la primera daría lugar. Si el favorito no es el electo, necesariamente lo será otro. U otra. Donde hay un ciudadano informado hay un periodista. Eso también es constitucionalmente normal. Pero donde hay un periodista habrá un informante, ¿cuál será el interés de este en difundir una determinada información? Bien puede juzgarse la naturaleza del interés según el sesgo de la información que se transmite. Para el periodista, basta disponer de una fuente contrastada y de una información razonablemente veraz.
Imagina, mi querida amiga Várinka, a un clérigo venerable provisto de un florete y un jubón de seda, saliendo al paso de una grey propia de los ambientes portuarios de Bukowski, años de taberna en la faz y armada con garrotes y cuchillos, para procurar la justicia de una dama en apuros frente al penúltimo de cualquiera de sus atropellos. Si lo prefieres, transpórtate hasta esa sucia lección de realismo que es el Albatros de Baudelaire y recuerda el destino de quien, tristemente, estrella las plumas sobre la cubierta de un populacho excitado: “(…) sus alas de gigante le impiden caminar”. Habrás dado por fin contra los puñetazos de la tripulación más aterradora. Aquiles, Goliath o Gulliver: los enanos siempre fueron más. Por eso, la manera menos mala de atajar la sensación de bochorno propio y ajeno que todo esto seguramente supondrá para los candidatos, es mediante la última salida digna que son la introspección y el silencio.
Me he propuesto hablarte de comunicación, de comunicación judicial, de su ausencia y de los perniciosos efectos de esta. ¿Quién nos cuenta las cosas como las que se han tratado en ese diario?
Grant Wood es, para muchos de los que tienen los sesos puestos en eso, uno de los pintores de la crudeza americana, su rostro sin barnices, durante la primera mitad del S. XX. Esa historia se ha contado muy pocas veces. Piensa en el cine, que es el gran altavoz cultural de nuestro tiempo. Nuestros comunicadores han sido los que llegaron tras la consagración de la hegemonía yanqui, ganados Europa, Asia y el mundo tras las guerras internacionales. Ese dominio es, se nos ha dicho y así lo hemos creído en definitiva, el resultado merecido a su esforzada y heroica y preclara supremacía moral. Por eso, cuando desde el momento de la constitución de ese imperio se ha querido echar la mirada atrás, quizá se nos ha contado brevemente la historia, más amable, de la nación urbanita que narró Fitzgerald: que América fue lo que sucedió durante la edad del jazz, hecha de los años felices, la primera sociedad global y culta y optimista, el apasionamiento y la prosperidad, los remates agudos de los edificios de Manhattan rasgando el velo de la historia miserable y abandonada, vencida para no repetirse. Pero se omite que la sensualidad y la técnica fueron un sudario, sí, después. Que el país que ensartó el mundo no fue solo el de las ciudades y la modernidad, sino el que nació de su geográfico estómago polvoriento, las empobrecidas y vastas extensiones de su interior que describió Steinbeck. Esos niños que se convirtieron en esos hombres. Algo así puede verse en la narración de Ambrose sobre el sitio de Bastogne en diciembre de 1944, de todo se ha hecho película. Un pequeño grupo de soldados aliados, sin avituallamientos ni el suficiente armamento pesado, sin reemplazos, rodeados en el invierno de las Ardenas por las irredentas, mejor equipadas y más fanatizadas de entre las unidades alemanas, muy superiores en número. Los americanos resistieron el sitio durante más de una semana porque, incluso comparados con los alemanes, eran unos auténticos animales.
El puritanismo es una visión interior, que arraiga entre quienes han superado pruebas terribles y se sienten agraviados por haberse visto sometidas a ellas, todo eso que lleva a un sujeto superviviente a entenderse siempre justificado cuando no escogido de todos los dioses, llamado entonces por una voz sobrenatural que pronuncia su nombre desde la noche de los tiempos, lo que siempre ha de resolverse en la necesidad de que ese sujeto proyecte sus implacables juicios de valor sobre los demás. Así, siempre encontrará el descargo adecuado para sus maniobras, que para él solo serán las que proporcionalmente exijan las pérfidas intrigas de los otros. El resto hemos de vernos descubiertos en nuestra desnudez y rendirnos ante el juicio de quienes están llamados a reconocer, proteger y premiar la virtud. Pero nuestra derrota, la ausencia de contrapesos, les volverá todavía más simples en su ensimismada adoración. Ese timbre puritano, la dureza de los corazones descompuesta en las miradas frías y vacías, puede encontrarse en los paisajes de mayor éxito de la pintura americana de ese tiempo. Así me hablan a mí los hard workers del lienzo de Wood que traje aquí. Aquel informante.
Mientras el poder judicial no esté dotado de un sistema de comunicación capaz, la información solo la suministrará quien tenga acaso un especial interés en hacerlo. Algunas de las publicaciones que editan las asociaciones judiciales, con otra compostura y dirección, podrían convertirse en auténticos referentes científicos, pero no suplirán nunca ese esfuerzo necesario, que debe ser de naturaleza institucional y de contenido orgánico. Nada ha de extrañar que cualquier ciudadano o los propios jueces busquen la información donde se la ofrecen y, en un sentido no precisamente menor, eso es justa recompensa para un trabajo bien hecho. Sin embargo, cuando se desplazan siempre los ejes de la información o la facultad de informar hacia otros espacios distintos de los institucionales, bien puede resultar que, por el solo hecho de informar incluso sin atisbo de ánimo desleal, se influirá excesiva e inevitablemente en los procesos de toma de decisiones de las instituciones judiciales, como bien pudiera suceder con las que tienen que ver con las legítimas aspiraciones individuales al Tribunal Supremo o a la presidencia de otros órganos judiciales igualmente relevantes.
Por el contrario, un primer esfuerzo de información institucional no solo predispone los límites del campo de juego de la información, sino que dota de una profundidad y transparencia mayores a los procesos a los que se refiere. Eso cierra el espacio a los chismes de mentidero. Entonces, para el caso de los nombramientos judiciales y frente a lo que de forma recurrente suele decirse, no existe un primer déficit de carácter orgánico (quién decide y con arreglo a qué proceso) sino de comunicación. Que se diga por qué se decide, que se muestren esas razones. No basta entonces con la difusión de un currículo donde se apretujan los méritos, sino la elaboración de un dossier que condense de manera breve pero tangible la identidad y los argumentos para una decisión, la documentación de comparecencias y entrevistas, el resultado de ejercicios provisionales sometidos a la consideración de los titulares del órgano de destino. Algunas de estas propuestas, aunque no sean fruto de una reflexión madurada, alterarían la fisionomía de esos procesos. A eso me refería cuando advertía que los sistemas son perfectibles. Pero lo elemental es qué se cuenta y quién lo cuenta. Por supuesto, también habrá quien razonadamente concluya que, si no se cuenta, es porque algo quiere ocultarse.
Pronto nos alcanzará de nuevo la primavera y otro breve pero feliz saludo. Los pasos de este blog habrán ganado firmeza y eso aumentará nuestra curiosidad por las cosas. Yo anhelo sobre todo los ratos robados para la libertad que supone escribirte. Quizá descubramos algún pasaje secreto. Estas cartas serán para cada uno de nosotros un lugar particular y propio. Nuestra literatura menor, donde siempre hemos de esperarnos.
Makar Dévushkin.
Imagen: Grant Wood, “American Ghotic”, Institut of Art de Chicago.